VI CONGRESO LINGUISTICO LITERARIO
"CARLOS EDUARDO ZAVALETA"
Universidad Nacional del Santa
Chimbote 2009
Ponencia:
Poesía y narrativa en la obra de Ángel Gavidia
Expositor:
Ángel Gavidia Ruiz es médico de profesión y escritor por vocación, o si prefieren, médico por accidente y escritor por vocación. Nació en 1953 en el distrito de Mollebamba, provincia de Santiago de Chuco, La Libertad.
Tres poemarios y tres libros de cuentos componen el itinerario creativo de Ángel Gaviria, aunque también ha incursionado en el ensayo, fruto del cual tiene publicados los textos ‘El cólera en la ficción de García Márquez’ y ‘Santiago de Chuco y Julio Ramón Ribeyro’.
Veamos, en primer lugar, su trabajo en poesía.
Poesía se está callada
Gavidia tiene publicados los libros La soledad y otros paisajes (1987), Un gallinazo volando en la penumbra (1996) y Fuera de valija (2008). En estos tres libros, breves e intensos, confluyen en primer lugar el manejo riguroso y preciso del idioma, la enunciación exacta, la imagen que nunca es retórica sino sencilla; y un trabajo del ritmo que parece un examen, una observación de los sonidos.
En La soledad y otros paisajes, por ejemplo, Gavidia explora la naturaleza del arte poética a partir de un tema caro a la creación, como es la soledad de quien escribe: "quizá la soledad y Dios nacieron juntos" o "esta teatral soledad con quien convivo / compartiéndome / el alma/la casaca / el odio y el amor tan mutuamente". Y la soledad no es, para el autor, el camino irremediable sino tan solo la manera de mirar el mundo, de reconocerse solo y pendenciero, solo y amoroso, solo y tierno, como ese poema que termina diciendo que "Maya sabe querer como la tierra". Porque otro elemento que no esquiva su presencia es el campo, los seres que lo habitan, el paisaje inmenso de tan bello, y la nostalgia retratada en cinco palabras: "Murió el pobre jumento / abandonado".
Por su parte, Un gallinazo volando en la penumbra, profundiza el camino de la soledad a la tristeza, vallejiana a veces, siempre honda y terca soledad: "Y mi cuarto / mi mesa sin amigos / mi libro fatigado en la vieja pensión / fueron, supongo / como un poste sin luz / o una grada innecesaria en su orilla más áspera". Observemos que se trata de una doble mirada: una, hacia la subjetividad del estudiante que, lejos de la familia y los amigos, convive con la soledad y observa el mundo con los ojos empapados de nostalgia, de recuerdos, de sueños inconclusos; y otra, la imagen de una situación social en la que el hombre migrante se enfrenta a una ciudad hostil, desconocida y fría, el paso a una forma descarnada de convivencia donde no hay lugar para la tristeza, aunque esta surja incontenible, y en cambio sí para la vida práctica y el esfuerzo cotidiano.
Incluso sus reflexiones sobre la suerte del planeta no son esperanzadoras: "Quiénes irán por los caminos / las calles / los cafés / las iglesias vacías / las viejas bibliotecas sin respuesta". Indaga sobre los otros seres que comparten la vida con nosotros, y nuevamente pesan sobre nuestros hombros una desdicha infinita. Es decir, del primer libro de poesía al segundo, la soledad ha evolucionado en tristeza y pesimismo: "También morirá la soledad / o, eterna como es, quizás escape a la hecatombe / y sea la viuda de los hombres vagando por el Cosmos".
Pero no comprendamos esta poesía como una elegía o un canto al dolor. Más bien propongo observarla de manera indirecta, como quien, para expresar una crítica a la sociedad por sus injusticias e inequidades, personaliza el dolor del colectivo en su propia infancia y sus desesperanzas. Este poema "Será que se metieron los ríos en mis ojos: / siempre me voy al mar cuando estoy triste" reflexiona no solo sobre la soledad y la tristeza del poeta o de quien enuncia estos versos, sino también de un mundo incapaz de construir alegrías solidarias. Mientras el poema, "Aprendí de las bestias / a otear en el aire / junto a la fragancia de la alfalfa / un cuerpo humedeciéndose de espera", no solo rememora el campo, sino también es el reclamo a una forma de vida tan inhumana, que debemos encontrar en los animales el camino de la fraternidad.
En su último poemario, Fuera de valija, el autor hace gala de coherencia temática y estilística y vuelve sobre sus viejos pasos, pero esta vez mejor anclado en la vida que fluye y también en la nostalgia. Es decir, ya no se trata de un simple reclamo a la vida injusta o inhumana; ahora anidan ligeros, tímidos, esbozos de alegría en esa amplia soledad que todo lo llena: "Qué de los cascos retumbando en la pampa / Qué del trueno / Qué de los pavos salvajes guturando la aurora / Y qué del silencio: / la primera palabra / la primera semilla de una voz que no es mía / pero que habla por mí". Las imágenes del campo, aunque encadenadas a la memoria que las reconstruye, son fulgurantes, enérgicas, vívidas. Se trata, pues, de un trato a las figuras literarias con clara conciencia de su instrumentalizad; es decir, los temas, los referentes, solo son bocetos de un discurso incrustado en los sentimientos de la palabra, si vale el término. Y por eso estallan de vida aunque el tema sea la soledad y la nostalgia. Hermosa contradicción, que nos pinta a un artista de la composición y la palabra.
Y es que, a diferencia de César Vallejo, conceptista, vital, claro como un estallido de universos, Gavidia puede ser simplemente descriptivo y sin embargo profundo como una cuchillada en la conciencia: "Inocentes, como dos bellos animales / retozando sobre las sábanas verdes / como en un pastizal. / Después / -sudorosos aún y enternecidos- / bajando / ingenuamente / por el sendero arisco / a tomar agua".
Sin duda alguna, Ángel Gavidia es un poeta de merecida trascendencia en la poesía peruana. Comenzó a publicar a finales de los 80, y su poesía está acoplada a los vaivenes de aquellos tiempos no muy distintos a los actuales. Temas como la soledad, el campo, la nostalgia y una profunda mirada sobre la condición humana sobrepasan las fronteras de una poesía basada en la vida cotidiana o los avatares de la coyuntura. A Gavidia le interesa, mucho más, el hombre y su mundo, la existencia perecible, la soledad de la creación, y sin duda alguna, la belleza de la infancia, ese mundo que construye finalmente a los adultos que ahora somos.
Déjame que te cuente
Los libros de cuentos publicados por Ángel Gavidia son El molino de penca (1998), Aquellos pájaros (2000) y La cita y otras ausencias (2009). Se trata, como vemos, de una producción breve pero continua de cuentos emparentados entre sí por tramas populares, personajes del campo y héroes solitarios.
Su primer libro narrativo, El molino de penca, contiene cuentos tiernos y concisos, y son buenos ejemplos de precisión narrativa. En ellos los personajes oscilan entre los hombres y los animales, como una alianza de fraternidad irrenunciable. Del carácter de este libro, Jorge Eslava opina lo siguiente: "El poder de su evocación proviene de un espíritu ensimismado, por eso las páginas de este libro no tienen vértigo sino una devastadora nostalgia: ese sentimiento adquirido en la madurez ante la pérdida irremisible de un pasado que asumimos dulce, y acaso no lo fue. Bajo el terciopelo de la ternura, el autor despliega veinte estampas que registran con sensibilidad un espacio aldeano que es habitado por gentes sencillas y entrañables" (prólogo a la 2ª edición).
Habría que añadir que las estampas, viñetas y cuentos breves de este libro obedecen, como antes a la poesía, a la intención de informar de un mundo del cual debemos extraer el sentido. Una profunda relación con el relato oral nos muestra que las fuentes del autor son, antes que librescas y citadinas, la experiencia de vida y la deuda con esa patria cruel que es la infancia. Por tanto, no estamos ante el desglose de ese torbellino narrativo que es la trama, sino ante el entramado de un edificio breve, conciso y sin aspavientos, pero de una ternura entrañable.
En su segundo libro, Aquellos pájaros, Gavidia recrea el paisaje rural peruano sin rendirse ante el reto de la realidad social ni de la pura imaginación. Vida cotidiana y anécdota extraordinaria conviven en el caserío que ve llegar por primera vez el avión, en la lucha enfebrecida contra un árbol de molle finalmente dinamitado, o en un río que, al ser vencido tras la construcción de un puente, se seca; además, amores locos, desventuras de un zorro doméstico sacudido por la inmigración, la soldadesca entre la guerra y el abuso, o las aventuras increíbles de una botija de vino, entre otras historias, sintetizan no solo la vida del poblador en medio de su diaria lucha por sobrevivir, sino también la fantasía popular para enfrentar las adversidades de la naturaleza y la sociedad.
De este libro afirma Maynor Freire que se trata de "trece cuentos breves de atmósfera rulfiana y seguidora del rico lenguaje de Eleodoro Vargas Vicuña. Sus relatos se caracterizan por una frase bruja, una piedra de toque, anunciando el turbión que arriba tratando de arrasarlo todo, hasta que el agua se esfuma como por encanto" (en su artículo Nuevos nuevos y provincianos de la narrativa corta peruana).
Gavidia nos ofrece una conciencia muy particular del quehacer literario, que se dirige a construir magistralmente el conjunto de elementos narrativos, de modo que nos sorprenda con su precisión y contundencia. Además, el lenguaje ha sido elaborado con paciente cuidado. Estamos ante un estilista del idioma, que se emparenta fácilmente con los retos de la oralidad y el registro infantil (notable el último cuento para niños ‘Jacinto, el jilguero’). Sin duda, este manejo de los relatos cortos y breves no se agota en la narración de los hechos principales (que sería suficiente para la mayoría de grandes cuentistas), sino que se deleita en recoger elementos coloridos del paisaje o cualidades de los personaje populares que podrían haber sido considerados ociosos en otro tipo de registros, pero que en Gavidia iluminan y hasta dan sentido a una narrativa breve y al mismo tiempo intensa.
Podríamos agregar como características adicionales de esta narrativa el constante humor de Gavidia, que atraviesa incluso los momentos dramáticos de sus personajes; el cariño y la ternura para tratar a personajes del pueblo, tanto humanos como animales, así como un enfrentamiento a todos aquellos que abusan del poder en sus distintos niveles. Hay mucha solidaridad en sus historias, ironía y viveza que constituyen, en el fondo, la mirada del autor hacia un pueblo que sufre y que goza las peripecias de la vida. Porque el mundo pintado ama la vida, lucha diariamente por salir adelante y esgrime la alegría para darle sentido a la existencia.
Su tercer y último libro de cuentos, La cita y otras ausencias, es el ejercicio de una prosa poética, precisa y cruel. Cuánta desolación y amor extraviado. El protagonista es derrotado por el mundo y por sí mismo, por sus dudas y temores, aunque encuentre en el camino la razón que pudiera darle la felicidad o la alegría pasajera (la mujer esperando en el café, la mujer que se le entrega luego del vino, el encuentro con la mujer de antaño y la visita al hotel, etc).
En cuanto al despliegue de recursos narrativos, utiliza el estilo circular (termina por el comienzo, o al revés), el flash back que ilumina y explica la conducta del personaje (como la del hombre que deja esperando a la mujer que bebía café, para engolosinarse luego solo con los colgajos de su aroma y sus recuerdos), y una visión del mundo que ya explicamos al tratar su poesía: la soledad y la derrota, la desamparada observación de un mundo en crisis espiritual, el destino desolado para cualquiera que se anime a enfrentarse al mundo o, siquiera, a tentar la felicidad. Una mirada desencantada del mundo que logra, a contrapelo, una sensación de solidez narrativa de todo el conjunto del libro.
Y ahora volvemos al principio de todo, como explicamos al tratar su poesía. ¿Qué papel cumplen, en la poesía y narrativa de Ángel Gavidia, estos temas tercos y obsesivos como la soledad, la desesperanza y la derrota? ¿Es la imagen del mundo que el escritor nos encara con su bella y dolida poesía, o solo es la percepción personal de un escritor que, movido por la soledad de su profesión de médico, donde el hombre padece y muere, nos entrega para mostrarnos que todo es en vano, excepto la poesía y la existencia?
Se gastaron muy pronto las palabras
¿Quién es, finalmente, Ángel Gavidia, poeta y narrador, médico y escritor? Leamos sus propias palabras: "Pasé mi infancia en un caserío que en el incario se llamó Cundurmarca. Era una pampa mágica poblada de pardelas extrañas, grillos de colores y retazos de pantano que temblaban, en donde alguna vez aterrizó un avión. Esa pampa, que en las tardes sabía ponerse intensamente sola, me tomó de la mano para garabatear mis primeros poemas y probablemente todos los demás. Estudié medicina humana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y ahora me desempeño como médico internista en el Hospital Belén de Trujillo y como docente en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de esta ciudad donde resido. Es decir, la poesía y la medicina batallan, no sé si irreconciliables, en mí, exigiéndome cada una su porción de vida y de sangre, su parte de conocimiento teórico y práctico, su indispensable tiempo… Finalmente, considero que un buen poema ha de tener dos características fundamentales: capacidad de síntesis y capacidad de sugerencia, además, obviamente, de ese oxígeno especial, que a modo del aire que insufla los huesos de las aves, predisponga al vuelo, al luminoso vuelo" (en urbanotopía.com).
Chimbote, octubre de 2009
Ricardo Vírhuez Villafane
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